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martes, 1 de mayo de 2012

Los fuertes también lloran

Ya no quiso ver más, se dio media vuelta y dando largas zancadas llegó hasta donde estaba aparcada su moto, le quitó el candado, la arrancó y se fue.
Siempre le habían dicho que los hombres fuertes no lloran, pero fue inevitable no hacerlo. El viento le cortó la cara por la gran velocidad que llevaba. Había dejado atrás recuerdos que no quería que volvieran, le vino una última imagen a la mente, la desechó y aceleró más. Todo lo que había querido, todo lo que había conseguido, todo lo que había construido, todo su mundo se acababa de derrumbar. Si hubiera llegado treinta segundos después a casa, todo seguiría como estaba. Pero habría sido estúpido quedarse allí de pie, observando y más tarde pedir una explicación. Sabía lo que había visto. Y no quería volver a verlo nunca más. Jamás confiaré en nadie de ahora en adelante, se juró a sí mismo.
Volvieron a brotar las lágrimas. No. No. Para. Para ahora mismo.
Se enjugó las lágrimas con la mano derecha, quitándola un momento del manillar.
Milésimas de segundo le habrían salvado la vida. Haberse despertado un poco más tarde, demorarse más en desayunar, haberse quedado más tiempo en la pastelería para comprar sus galletas preferidas, haber atendido la llamada de teléfono de su madre que saltó en el contestador. Milésimas de segundo.
Ahora las lágrimas habían parado, ya no volverían, ni ellas ni nadie.
Un cuerpo inerte yacía frío en la carretera, al lado de una motocicleta magullada, las lágrimas ya no serían un problema. Nadie le había dicho, que los fuertes también lloran.

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